Vivimos un momento muy difícil en la historia de la Iglesia. Experimentamos que nos golpean por todos lados: sufrimos ataques contra la familia, contra el matrimonio, contra la vida, contra el sentido común… pero lo que más nos duele son los «golpes» que recibimos dentro de la misma Iglesia, por la infidelidad y el pecado de muchos de sus miembros. El objetivo de este ataque que sufrimos, aún procedente de frentes tan aparentemente variados, tiene una característica común: en el fondo es un ataque contra la esperanza.